Como alguna vez publiqué lo que había escrito Varsky para graficar a la perfección el momento de River, esta vez me topé con una excelente columna de Walter Vargas para Télam y publicada en el Diario La Capital de Mar del Plata en su edición del lunes, que refleja el pésimo momento de Boca
Boca: el hundimiento del Titanic
por Walter Vargas
De un modo gradual, pausado, con todas las luces encendidas, el Boca modelo 2009 zozobró como un trasatlántico y tras el oscuro mojón dejó una nítida sensación de ciclo cumplido y ciclo por abrirse, un antes y un después de derivaciones insospechadas.
Su abrupta eliminación ante Defensor Sporting supone una suerte de descalabro en las perspectivas de la Copa Libertadores y coloca a Estudiantes de La Plata como la única representación del fútbol argentino que sigue en carrera, pero al tiempo, por peso específico e indisimulable, precipita a Boca a un escenario inimaginado a comienzos de la temporada.
Pensemos que Boca venía de ganar un torneo que parecía perdido cuando estaba a 11 puntos de San Lorenzo, que la llegada de Carlos Bianchi en condición de manager apuntaba a la búsqueda de la excelencia en términos de organización, de consolidación del plantel, de mentalidad ganadora; y que el regreso de Roberto Abbondanzieri y la reaparición de Martín Palermo sumaban vigores a una estructura muy rica en guerreros.
Con el Pato, con el Titán, con Hugo Ibarra, Sebastián Battaglia, Juan Román Riquelme y los otros, un exquisito cóctel de experimentados acreditados y juveniles prometedores, la temporada en general y la Libertadores en particular consentían ambiciones mayores.
De hecho, el entrenador Carlos Ischia pasaba de micrófono en micrófono ufanándose de disponer de dos y hasta tres jugadores por puesto.
Quedaban en estado residual, sin gravitación aparente, las desprolijidades que ya con Bianchi en funciones rodearon las salidas de Mauricio Caranta y Neri Cardozo y quedaban en suspenso, por tiempo indeterminado, las divisiones de un plantel en pugna por simpatías y antipatías, afinidades y liderazgos.
Riquelme, por supuesto, representaba la medida primordial que disparaba múltiples sentidos y unos cuantos interrogantes: ¿un tímido sin remedio o un individualista sin remedio? ¿Un talento de bajo perfil o un profesional indolente? ¿Pieza fundamental o piedra de la discordia?
El propio Ischia parecía inmaculado pese a que aún campeón, su Boca jamás había expresado correspondencia entre la materia prima y la estructura colectiva.
Ganando o perdiendo jamás se supo, ni se sabe, a qué jugó el Boca de Ischia.
Pues bien, como el destino no es lo que pudo haber sucedido ni lo que depende sólo y exclusivamente de los enunciados, las buenas intenciones y los buenos deseos, Boca fue descascarándose partido a partido bajo el imperio del infortunio, es cierto (una racha de lesionados que incluyó a Riquelme), pero también al influjo de las malas o brumosas decisiones de Ischia y, de forma sugestiva, envuelto en un cierto tufillo a esfuerzos disgregados.
¿Templanzas insuficientes? ¿Desgobierno estratégico? ¿Crueldades del dios tiempo? ¿Un poco de todo?
Lo cierto es que Boca se fue de la Copa en la mismísima Bombonera, disponiendo de ventaja deportiva (el 2-2 en Montevideo), ante un rival respetable pero de lo más normal y terrenal, sumido en la tibieza, en el desconcierto y en una llamativa resignación.
Boca se fue de la Copa sin el consuelo inmediato de pisar fuerte en el Clausura, porque al Clausura lo había abandonado más temprano que tarde, casi con desdén.
Va de suyo que conforme pasen los días habrá sucesos y dichos tendientes a armar el rompecabezas.
De tales sucesos y de tales dichos emanará la definitiva certificación de que la del jueves no fue una derrota más, que se trató, sin más, de la línea divisoria entre el club argentino más ganador del siglo XXI y un club que, para bien o para mal, se ve compelido a reformular sus horizontes
Boca: el hundimiento del Titanic
por Walter Vargas
De un modo gradual, pausado, con todas las luces encendidas, el Boca modelo 2009 zozobró como un trasatlántico y tras el oscuro mojón dejó una nítida sensación de ciclo cumplido y ciclo por abrirse, un antes y un después de derivaciones insospechadas.
Su abrupta eliminación ante Defensor Sporting supone una suerte de descalabro en las perspectivas de la Copa Libertadores y coloca a Estudiantes de La Plata como la única representación del fútbol argentino que sigue en carrera, pero al tiempo, por peso específico e indisimulable, precipita a Boca a un escenario inimaginado a comienzos de la temporada.
Pensemos que Boca venía de ganar un torneo que parecía perdido cuando estaba a 11 puntos de San Lorenzo, que la llegada de Carlos Bianchi en condición de manager apuntaba a la búsqueda de la excelencia en términos de organización, de consolidación del plantel, de mentalidad ganadora; y que el regreso de Roberto Abbondanzieri y la reaparición de Martín Palermo sumaban vigores a una estructura muy rica en guerreros.
Con el Pato, con el Titán, con Hugo Ibarra, Sebastián Battaglia, Juan Román Riquelme y los otros, un exquisito cóctel de experimentados acreditados y juveniles prometedores, la temporada en general y la Libertadores en particular consentían ambiciones mayores.
De hecho, el entrenador Carlos Ischia pasaba de micrófono en micrófono ufanándose de disponer de dos y hasta tres jugadores por puesto.
Quedaban en estado residual, sin gravitación aparente, las desprolijidades que ya con Bianchi en funciones rodearon las salidas de Mauricio Caranta y Neri Cardozo y quedaban en suspenso, por tiempo indeterminado, las divisiones de un plantel en pugna por simpatías y antipatías, afinidades y liderazgos.
Riquelme, por supuesto, representaba la medida primordial que disparaba múltiples sentidos y unos cuantos interrogantes: ¿un tímido sin remedio o un individualista sin remedio? ¿Un talento de bajo perfil o un profesional indolente? ¿Pieza fundamental o piedra de la discordia?
El propio Ischia parecía inmaculado pese a que aún campeón, su Boca jamás había expresado correspondencia entre la materia prima y la estructura colectiva.
Ganando o perdiendo jamás se supo, ni se sabe, a qué jugó el Boca de Ischia.
Pues bien, como el destino no es lo que pudo haber sucedido ni lo que depende sólo y exclusivamente de los enunciados, las buenas intenciones y los buenos deseos, Boca fue descascarándose partido a partido bajo el imperio del infortunio, es cierto (una racha de lesionados que incluyó a Riquelme), pero también al influjo de las malas o brumosas decisiones de Ischia y, de forma sugestiva, envuelto en un cierto tufillo a esfuerzos disgregados.
¿Templanzas insuficientes? ¿Desgobierno estratégico? ¿Crueldades del dios tiempo? ¿Un poco de todo?
Lo cierto es que Boca se fue de la Copa en la mismísima Bombonera, disponiendo de ventaja deportiva (el 2-2 en Montevideo), ante un rival respetable pero de lo más normal y terrenal, sumido en la tibieza, en el desconcierto y en una llamativa resignación.
Boca se fue de la Copa sin el consuelo inmediato de pisar fuerte en el Clausura, porque al Clausura lo había abandonado más temprano que tarde, casi con desdén.
Va de suyo que conforme pasen los días habrá sucesos y dichos tendientes a armar el rompecabezas.
De tales sucesos y de tales dichos emanará la definitiva certificación de que la del jueves no fue una derrota más, que se trató, sin más, de la línea divisoria entre el club argentino más ganador del siglo XXI y un club que, para bien o para mal, se ve compelido a reformular sus horizontes
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