Como para hacer aún más emotivo el partido, participó Tomás, hijo de Ortega, e hizo un gol para luego estrecharse en un abrazo llenó de emoción con su papá, quien cerró su carrera no sólo como el último gran ídolo que tuvo River sino también como uno de los últimos exponentes del fútbol argentino en las materias de gambeta indescifrable, amagues desairadores de rivales y picardías propias de los potreros lugareños.
Aquel Chango que llegó a Nuñez desde Jujuy hoy ya es leyenda. Vivirá en banderas eternas y en el recuerdo de todos los hinchas que lo vieron; en las imágenes de video con sus jugadas para los jóvenes que no lo disfrutaron en vivo y que ayer lo homenajearon y lo lloraron por igual; y en los relatos para las futuras generaciones que deberán aprender quién fue Ariel Arnaldo Ortega para entender lo que significa jugar bien a la pelota.
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