BOCA, OTRA VEZ BOCA

Ya es una costumbre que traspasó a técnicos y jugadores. Boca, en tan solo una década, se transformó en un club ganador, de esos que da la sensación de que cuando quiere se lleva puesto lo que se le ponga enfrente. No hay adversidad que lo mortifique. Ni derrotas importantes en algún partido de ida, ni hinchadas o climas hostiles que lo amedrenten. El xeneixe supera cualquier escollo y, más allá de si la campaña es avasallante o de las que se construyen peldaño a peldaño, sabe ponerle el moño en el momento decisivo. Puede haber traspiés como en el Apertura 2006 o DT que no encuadren, pero lejos de caerse resurge entre las cenizas y termina, como en esta Libertadores 2007, con otro título.
En lo que hace en particular a esta, la sexta Copa obtenida en su historia, Boca atravesó algunos vaivenes de lo que supo salir indemne a fuerza de goles o simplemente por una cuestión de actitud. Y tuvo un plus innegable llamado Juan Román Riquelme. A esta versión 07 del diez le sobra clase para jugar por estos lados del continente siempre y cuando tenga la confianza absoluta del entrenador de turno y de sus compañeros. Así se transformó en el eje no solo por su sello futbolístico sino también por lo que transmitió su sola presencia en la cancha: tranquilidad de saber que teniéndolo a él, no había partido imposible. Detrás suyo aparecieron, según las circunstancias, Palermo, Palacio, Morel, Ledesma, Caranta y así sucesivamente, lo que refleja que cuando no sobresale el equipo las individualidades marcan la diferencia aunque en varios de estos casos lejos están de ser grandes nombres en el planeta futbolero.
El comandante fue Miguel Angel Russo que supo leer que
podía transmitirle a un grupo de futbolistas que se conocen de memoria. Soltó el equipo, lo dejó jugar, le dio todo el respaldo a Riquelme aunque él pasara a segundo plano (algo que otros no hubiesen permitido) y le imprimió algunos sellos propios como la inclusión de Caranta y el armado del mediocampo por citar solo dos, tal vez los más destacados.
No queda otra que rendirse ante la evidencia. Boca, al margen del algún período de relax, es el rey de Sudamérica. Lleva tatuada la tan famosa “mística copera” esa que torna a quienes la poseen casi de indestructibles. Y para desgracia de los que no somos sus hinchas hace ya un tiempo que no necesita de un tal Carlos Bianchi sentado en el banco de suplentes.




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