Un equipo queriendo hacer el gol en su propio arco. El rival tratando de evitarlo.
“El árbitro no entendía nada. Si hasta en una jugada, yo pateo contra mi arco, uno de ellos la ataja con la mano, y entonces yo grito: ¡Penal!. Obvio que no era, estábamos en nuestra área, pero el tipo andaba tan desorientado, pobre, que casi lo cobra”. Héctor Teerink, capitán de Necochea, protagonista del partido.
Difícilmente haya en la historia del fútbol un partido tan insólito como el disputado el 29 de julio de 1962 en el Estadio General San Martín de Mar del Plata. Esa tarde se enfrentaban Mar del Plata y Necochea por el encuentro de vuelta de la final de la Zona F del Torneo Argentino, campeonato anual que enfrentaba a los seleccionados de distintas localidades del país. Para lograr un atractivo mayor en certamen, el Consejo Federal había dispuesto antes de su inicio que no se podían registrar empates. En caso de igualdad se jugarían 30 minutos adicionales con la por entonces novedad absoluta de que el que hacia el gol en ese tiempo ganaba. Esta innovación no tuvo en cuenta que podía originarse una situación muy curiosa que finalmente ocurrió aquella tarde de invierno.
Necochea había ganado, como local, el partido de ida 3-1. La vuelta, aquel 29 de julio, terminó 2-2 y, como se mencionó, no podía haber empates por lo que debieron jugarse 30 minutos más a pesar de que los necochenses tenían la ventaja de haber ganado uno y empatado el otro. Entonces se dio lo jamás imaginado: Necochea buscaba meter un gol en su propio arco para perder 3-2 y pasar por diferencia de gol mientras que Mar del Plata no quería convertir para ir a penales y lograr allí la victoria. Ante tal disparatada situación y luego de cuatro minutos que incluyeron invasión de campo e incidentes ente los hinchas, el árbitro decidió suspender el partido.
El hecho derivó en una reunión entre dirigentes que dispusieron jugar a puertas cerradas los 26 minutos restantes y que, para no repetir la situación, si Mar del Plata marcaba un gol se jugaba un tercer partido. El resto del alargue se jugó en Tandil el jueves siguiente y Mar del Plata convirtió obligando el desempate. El cotejo decisivo también fue en Tandil. Para seguir confirmando que la serie entre las dos selecciones era insólita, la final terminó 1-1, en el alargue no se sacaron ventajas y en los penales…¡empataron 4-4 porque no existía serie de uno para definir!. ¿Qué pasó?. Luego de tantos idas y vueltas no quedó otra que definir con una moneda. Héctor Teerink, capitán de Necochea, eligió cara y acertó poniéndole punto final al gran disparate.
Fuente: Diario Olé, 27 de noviembre de 2003.
2 comentarios:
Muy bueno el informe...
Habría que decir tb todos los partidos en q los jugadores fueron para atras.
Hacete un comentario sobre "la generosidad del fútbol", que estaban barbaros esas cronicas.
un abrazo.
se esta preparando un nuevo "La generosidad del futbol" paciencia.Un abrazo,gracias por escribir
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